Pajas mentales

Negros nubarrones campaban a sus anchas por los cielos de Nervión. Quince días en los que sólo se oían los tenebrosos tambores que barruntaban una muerte segura. Quince días oyendo sobre una guerra cruzada, sobre las posibles corruptelas de unos y las posibles barbaridades de otros. Un tira y afloja que, aún hoy continúa y que, todos lo sabemos, tendrá un damnificado que no será otro que el Sevilla FC.

Y para colmo venía el Real Madrid. Un equipo herido y que, muchos nos temíamos, vendría a hacernos el tercer set consecutivo en nuestra propia casa. Y no sólo es que lo temiéramos, sino que pensábamos que podría volver a ser factible.

Pero es lo que tiene este, a veces bendito, a veces maldito, mundo del fútbol. Un gol en la primera jugada del partido y 90 minutos por delante en los que, un servidor, se pasó los últimos 20 minutos sufriendo como un perro viendo cómo el Sevilla seguía dando vida a un equipo al que en el minuto 70 podría tener ko. Me temía lo peor. Pero esta vez pasó lo mejor y los tres puntos, y la sonrisa, quedaron en casa.

Sobre el arbitraje creo que huelga hablar. Esta vez los puntos quedaron aquí pero el árbitro, como suele ocurrir cada vez que el R. Madrid visita Nervión (e imagino que en resto de ciudades pensarán parecido) estuvo demencial para el equipo que jugaba contra los de la capital de España.

Felicísimo por lo ocurrido, lo que no hace que pueda poner una pica en flandes porque, desde el mismo pitido final hasta ahora, unas 36 horas después, empiezo a vislumbrar muchas pajas mentales.

Mi memoria suele ser muy corta pero tan sólo tenemos que echar la mirada atrás un año, una temporada, al rededor de 365 días para recordar que, cierto día como hoy, no se si en la jornada 4, la 5 ó la 6, el Sevilla salía ileso del campo del FC Barcelona tras aguantar de manera numantina los noventa y pico minutos con la portería a cero ante el mejor equipo de la historia, en su campo, y tras detener Varas en el descuento un penalti al mejor jugador del mundo.

Volvíamos a soñar con la Champions. Pedíamos a Varas para la selección. Parecía que en el banquillo volvíamos a tener otro mago de la estrategia. Spahic parecía comer tibias. Fazio por fin iba a ser el defensa que muchos piensan (y que lleva el ritmo que nunca será).

Y todos sabemos cómo quedó la cosa.

Amig@s, van sólo cuatro partidos. Cuatro. Es imposible poder hacer ya un juicio de valor sobre Cicinho, aunque tenga pinta de, algo no muy complicado, mejorar a Coke. Es más, diría yo que tiene pinta de ser lo mejorcito que ha venido para ese puesto desde que su compatriota Alves marchara a can Barça. Pero hasta ahora sólo es una intuición, no un hecho.

Al igual que ocurre con la mejora de Spahic. Muchos rezaban por que cogiera las de Villa Diego y ahí sigue el tío. Y parece mejor que nunca. Pero eso hay que refrendarlo.

¿Y Botía? Sustituyó a Fazio en el descanso de la segunda jornada liguera y se ha hecho con la titularidad. Para mí es un caso parecido al de Cicinho-Coke. Y es que se que para muchos Fazio tiene pinta de ser una mezcla entre Beckembauer y Baressi pero, a la hora de la verdad, un central que sea medio serio lo tiene que sentar siempre en el banquillo.

Maduro podría ser el nuevo Alexis. Ese jugador que si no le servía al Valencia cómo podría servirnos a nosotros. Y con su posible lesión de corazón el acabose. Ahora juega un partido y parece que está aquí en nuevo Poulsen en negro y con el pelo corto.

Y así podríamos seguir hasta hacer este post pesado para el que lo lee y pesado para el que lo escribe. Y es que, para qué seguir cuando estoy seguro que la sustancia de lo que quiero expresar ya la habéis cogido.

Como diría nuestro querido Joaquín Caparrós: menos azúcar.

Piano piano, que esto acaba de comenzar.