Corría la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 cuando en su viaje inaugural, de Southamptom a New York, el mayor barco del mundo, chocaba contra un iceberg y se iba irremediablemente a pique.
El barco fue diseñado para ser lo último en lujo y comodidad, y contaba con gimnasio, piscina, biblioteca, restaurantes de lujo y opulentos camarotes para los viajeros de primera clase.
El Titanic, de cara al exterior lo tenía todo. Era el más grande; era el más veloz; su timón era el más pequeño; era el primero en contar con piscina, gimnasio y baño turco; era indestructible, insumergible.
Pero como decimos esa era la imagen exterior. Los que conocían las verdaderas entrañas del Titanic sabían que eso no era así, y el exterior, aquellos que estaban ajenos a la realidad, tuvieron conocimiento tras el fatal desenlace. Porque, al final, el tiempo pone a cada uno en su lugar y todo sale a la luz.
Se produjo la tragedia y el barco insumergible se iba a pique y, con él, gran parte de su pasaje pues, a pesar de la grandiosidad y la majestuosidad con la que el Titanic se vendía, ni botes salvavidas tenía para todo el pasaje. Por una mala planificación o porque se consideraba que aparentar era lo más importante.
Y sin embargo no fue la mayor de las tragedias marítimas de la historia.
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